El misterio del conyuge

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Quiero ofrecerles una reseña del inicio de la historia, antemano gracias. Justo en los días que podíamos estar pensando que no hay dolor más grande en el cual pensar después de un sepelio, que sería de las personas si no tuvieran un pesar tan grande como el perder a un ser amado, con quiero iniciar mi historia pues estábamos de luto por mi madre, que había fallecido en otoño, y pasamos todo el invierno solas en la aldea, Griselda, Wendy y yo.

Griselda era una antigua amiga de la casa, una institutriz que nos había criado a todos, y de la que yo me acordaba y a la que quería desde que tengo memoria. Wendy era mi hermana menor. Pasamos un invierno triste y lúgubre en nuestra vieja casa de Santa Ana. El tiempo era frío, ventoso, y los montones de nieve eran más altos aún que las ventanas; estas casi siempre estaban congeladas y empañadas, y el invierno transcurrió sin que apenas fuéramos a ningún lado. Rara vez llegaba alguien a visitarnos; y quien llegaba no aumentaba ni la alegría ni el contento en nuestra casa. Todos tenían una expresión triste, todos hablaban en voz baja, como si temieran despertar a alguien, no reían, suspiraban y con frecuencia lloraban al mirarme y, sobre todo, al mirar a la pequeña Wendy con su vestidito negro. Era como si en casa aún se percibiera la muerte; la tristeza y el horror de la muerte flotaban en el aire. La habitación de mamá permanecía cerrada, y aunque a mí me daba mucho miedo, había algo que me empujaba a asomarme a esa alcoba gélida y vacía cuando pasaba frente a ella antes de irme a acostar.

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